domingo, 14 de diciembre de 2008

La mejor testigo

Cuántas veces me habré planteado el cómo transmitir para llegar a transmitir de verdad. Si hay alguien que supo hacerlo, sin muchas palabras pero con grandes hechos, esa fué María.

Mi abuela, desde una profunda convicción, me transmitió respeto a la Virgen, a su figura como madre y como guía, como fiel testimonio. Y a lo largo de mi vida me he ido cruzando con testimonios de tantas y tantas madres trabajadoras, como Santa Mónica, que desde su humildad y su pequeñez intentaban, e intentan, hacer de la vida de los demás una vida más buena, más sana.

Hoy, el salmo responsorial nos los recordaba, y es que cada vez que escuchoel Magnificat vienen a mi memoria imágenes, recuerdos, momentos en los que lo he proclamado en comunidad. Y me encanta, y estoy segura que terminaré aprendiéndomelo, ¿eh freirã?.

(imagen de la Virgen María que hay en la comunidad de Casiciaco, Sevilla)

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán
y su descendencia por siempre.

Que sea nuestro ejemplo, en lo cotidiano.

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